Es difícil mantener la serenidad
en medio de un mundo que parece descomponerse, no sin antes ejercer su última
violencia sobre nosotros: violencia económica, violencia política. Un mundo sin
ética, donde la mentira goza del respaldo de los medios de comunicación y una
mayoría prefiere no saber, no escuchar, no ver, no mirar, no sentir. ¿Cuál es
el lugar de la conciencia? ¿Cuál su propósito?
La conciencia nos vuelve lúcidos,
si, y también vulnerables. Nos coloca en el lugar de la acción, y no de la
pasividad. Nos hace ser empáticos con el dolor y el sufrimiento, nos indigna la
injusticia, el robo, la mentira, la corrupción, nos desespera la impotencia, la
destrucción, la muerte atroz, la guerra siempre, la crueldad. Y mucho más
ahora, cuando la presencia de la red de la que somos parte se hace tan
evidente; internet nos permite vivir conectados a lo social, a lo externo. Y el
momento es convulso y difícil, no sólo a nivel local.
A veces, lo social es un espejo
que amplifica una realidad interna. Una realidad de caos en el interior de cada
uno de nosotros, de cada ser humano. Vivir con los ojos abiertos es difícil.
Nos da a conocer situaciones que van a despertar en nosotros un sinfín de
emociones. Emociones que nos descolocan, que no sabemos manejar. Y ante eso,
muchos creen que lo mejor es la paz de la ignorancia.
Quizás es el momento de
preguntarse cómo nos mancillamos como especie; cómo llegamos a ser los adultos que
somos; llenos de dolor y de resentimiento; o adultos acorazados, incapaces de
emocionarse; o adultos egoístas, dependientes, hostiles, ansiosos, deprimidos,
desorientados. Perdidos. Y, sobre todo, es necesario preguntarse cómo
reproducimos, de nuevo, desde la ignorancia y desde lo mecánico, esos patrones en nuestros hijos.
No veo otro cambio posible de
paradigma más que el de la consciencia: desde uno mismo hacia su entorno. Cada
uno con la responsabilidad de crear su propia vida, de no generar más dolor,
más sufrimiento. Parafraseando una cita que el otro día encontré por la red, no
se trata de qué tierra vamos a dejarle a nuestros hijos, sino qué hijos vamos a
dejarle a la tierra.
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