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Mostrando entradas de 2014

Tiempo y silencio

Se acerca la Navidad. Lo sé porque mi hija me pregunta qué me gustaría que me regalaran. Y me sorprendo cuando veo que no deseo nada en especial. O, mejor dicho, no necesito "cosas". Lo que valoro y necesito es tiempo. Horas vacías en las que perderme: mirar el techo, quizás salir a dar un paseo, tumbarme a leer una novela, rebuscar entre mis libros de poesía aquellas que más me han acompañado. Y silencio, por favor. El silencio es hermoso, si. Es en el silencio donde podemos tomar conciencia de lo que nos sucede. Silencio y tiempo nos permiten entrar en contacto con nosotros mismos; son la puerta de acceso a nuestra persona, esa que habita bajo la máscara, bajo el disfraz. Para algunos, incluso, entrar en contacto significa percibir que hay una persona atrapada bajo un traje. Y que a veces, ese traje es estrecho; nos hace la vida incómoda, nos atrapa. Necesitamos tiempo y silencio para recordar quienes somos: para observar cómo es la vida que llevamos y si se parece

La voz a tí debida

Cuando era adolescente, me gustaba mucho un poema de Salinas que dice lo siguiente: Quítate ya los trajes,  las señas, los retratos;  yo no te quiero así,  disfrazada de otra,  hija siempre de algo. Te quiero pura, libre,  irreductible: tú . Entonces, yo no podía comprender el profundo significado de esas palabras. Captaba algo así como su melodía de fondo, un eco. Ahora, con medio de siglo de vida a mis espaldas, han cobrado un significado diferente. Quitarse los trajes, las máscaras que nos hemos ido poniendo para enfrentar la vida, con más o menos arte, y quedar así, desnudos, frente a otro. Ese es el valor de la transformación, y, a veces, viene acompañada de otro amigo, la plenitud. Ser, sencillamente, sin tener que preocuparse por cómo ser. El agua no se preocupa del camino que recorre, fluye libremente. Como el río, a veces el camino de la vida es más angosto, más abrupto, más difícil. Otras, en cambio, recorre lugares tranquilos y h

Cuando el cuerpo te habla

Cuando no reconocemos nuestras necesidades más profundas, nuestro cuerpo acaba chillando más y más fuerte para atraer nuestra atención. El mensaje que te dé tu cuerpo estará en el lenguaje que mejor rompa tus barreras particulares y hable concretamente de los asuntos que necesitas cambiar en tu vida. La sabiduría de este sistema es muy precisa: atraemos exactamente la enfermedad o el problema que más nos facilita el acceso a nuestra sabiduría interior. La naturaleza trata de despertarnos Para las mujeres, el cuerpo intentará atraer nuestra atención mediante cuatro tipos de llamadas a despertar que van creciendo en intensidad. La primera llamada a despertar es el síndrome premenstrual.  Esta es la manera que tiene el cuerpo de darle un codazo cada mes a la mujer, para recordarle el creciente volumen de problemas no resueltos que va acumulando dentro de ella: desde una nutrición desequilibrada hasta problemas de relación. Hacer caso omiso de estos primeros codazos, mes tras mes, d

Vivir es fácil con los ojos cerrados

Es difícil mantener la serenidad en medio de un mundo que parece descomponerse, no sin antes ejercer su última violencia sobre nosotros: violencia económica, violencia política. Un mundo sin ética, donde la mentira goza del respaldo de los medios de comunicación y una mayoría prefiere no saber, no escuchar, no ver, no mirar, no sentir. ¿Cuál es el lugar de la conciencia? ¿Cuál su propósito? La conciencia nos vuelve lúcidos, si, y también vulnerables. Nos coloca en el lugar de la acción, y no de la pasividad. Nos hace ser empáticos con el dolor y el sufrimiento, nos indigna la injusticia, el robo, la mentira, la corrupción, nos desespera la impotencia, la destrucción, la muerte atroz, la guerra siempre, la crueldad. Y mucho más ahora, cuando la presencia de la red de la que somos parte se hace tan evidente; internet nos permite vivir conectados a lo social, a lo externo. Y el momento es convulso y difícil, no sólo a nivel local. A veces, lo social es un espejo que amplifica una

Maternidad: el trabajo más difícil del mundo.

Mi hija mayor cumple 20 años. Rebuscando entre mis escritos, tropiezo una y otra vez con la huella de sus pasos: sus primeros garabatos, sus primeras letras, los dibujos dedicados, las notas de adolescente. No he podido evitar la nostalgia, las ganas de abrazar a la niña que fue,  de sentarla en mi regazo, de llenarla de besos, de atender sus miedos, de acompañar sus logros. Recuerdo su infancia como una época muy difícil para mí…en primer lugar, por la depresión que me atravesó cuando su padre decidió marcharse de nuestras vidas. En segundo lugar, por la dificultad de salir adelante sola, sin abuelos, tíos, primos o amigos en un pueblo donde no conocía a nadie, con dos niños pequeños a mi cargo. En aquél momento, la vida consistía en hacer malabarismos: buscar canguros para que se ocuparan de mis hijos por las mañanas,  dejarles a comer en la escuela , rezar porque no enfermaran. Si había de hacer alguna cosa extra, eso significaba más canguros que se ocuparan de ellos…Recu

en-REDados en las redes sociales

Los seres humanos necesitamos sentirnos integrados dentro de un grupo social, como la familia o los amigos. Necesidad de pertenencia  y de recibir  afecto dentro de cada grupo. Esto es lo que hace que sea tan importante para nosotros sabernos acogidos por nuestra familia, por nuestros amigos, por nuestros compañeros de trabajo o de estudios.  Saber que pertenecemos a un colectivo nos ayuda a superar los sentimientos de soledad y alienación y nos conecta con el amor y el reconocimiento. La frustración de esta necesidad fundamental da lugar a desajustes personales y a estados psicopatológicos. Estados que serán difíciles de superar y transitar si no aprendemos a reconocer la emoción primaria que nos embarga,  legitimarla y, desde luego, gestionar su expresión. Reconocer  la emoción primaria es una tarea ardua que requiere mucha conciencia y, a menudo, acompañamiento terapéutico. Es necesario que nos preguntemos cómo vivimos la experiencia de la soledad; a qué sentimientos no

Creencias

Cuando una semilla, decía uno de mis profesores, cae en tierra fértil, crece y se desarrolla como aquello que está preparado para ser; sea árbol, flor, o arbusto. Imaginaros una semilla de roble que cayera en terreno baldio. Sin sustrato con qué alimentarse. Quizás con pocas o excesivas horas de sol. O que, para obtener agua, tuviera que alargar enormemente sus raíces por el suelo. ¿Cómo sería el árbol resultante? Sin duda, su forma posterior estaría adecuada a las condiciones en las que tuvo que crecer. Así ocurre con nosotros. Caemos en un terreno familiar que se nutre de determinadas creencias. Las cuales, por supuesto, estarán, a su vez, insertas en un campo de creencias sociales, culturales y, para una mujer, patriarcales. El ser que somos irá aprendiendo a potenciar todo aquello por lo que recibe mayor aprobación, al mismo tiempo que reprimiendo o negando todo aquello que no es bien recibido en su entorno. Cuando mi hija era pequeña, solíamos pasar las tardes de invi

Cuando la conducta es un mensaje

Leo en La Contra de La Vanguardia un dato que me deja horrorizada: la causa más importante de muerte entre los jóvenes en Barcelona es el suicidio. Sin querer entrar en consideraciones acerca de lo que eso dice de nosotros como sociedad y sistema, me planteo nuestro papel como padres. Cada vez son más frecuentes los diagnósticos en niños y adolescentes y, en general, observo una actitud que tiende a ubicar el problema en el “trastorno” más que reflexionar acerca de su posible significado. Tendemos a observar la conducta como un problema en sí y, por lo tanto, intervenimos sobre ella. Del mismo modo que nuestra visión sobre la enfermedad se reduce a buscar el fármaco adecuado para combatir el síntoma, cuando aparecen los primeros problemas de conducta, en la niñez o en la adolescencia, tendemos a mirar cómo corregirlos, operando sobre el comportamiento. Sin embargo, la conducta suele ser el mensaje que nos alerta de que algo no funciona. De la misma manera que una gripe

¿ Quién teme al lobo feroz? Control o gestión de las emociones.

Hace unos días tuve una visita curiosa: una mujer, de unos 58 años, acudió a la consulta con una demanda en particular. Quería aprender a controlar sus emociones ya que, según me dijo, su  incapacidad de hacerlo era la causa que ella identificaba como responsable de todos sus problemas. Semanas más tarde, en un grupo de padres, de nuevo escuché hablar de la necesidad de controlar las emociones. La palabra control significa, entre otras cosas, dominio, preponderancia, inspección, intervención. En este caso, cuando nos referimos a controlar las emociones, estamos expresando la necesidad de que una parte de nosotros ejerza o tome el mando sobre otra parte.  Y esa parte que debe ejercer tal poder la situamos en la capacidad de la mente de racionalizar cuánto nos ocurre. De manera que utilizamos la razón y la lógica para sofocar aquello que, según parece, nos desestabiliza o nos molesta o, cuando menos, nos intranquiliza. En el mismo grupo, a continuación no supieron reconocer qué es u

ser o correr

Siempre me he vanagloriado de haber conseguido en la vida cuanto me he propuesto. He sido casi todo lo que  quería ser, a base de esfuerzo, de mucho esfuerzo y de más esfuerzo. Ahora me siento agotada. Como si hubiera corrida una carrera contra mí misma , una carrera sin fin, cuyo único propósito es el agotamiento, la aniquilación. Y la única meta, mantenerme en marcha, corriendo. De repente la vida, que tiene sus mandatos, me obliga a detenerme.  Mi primera reacción, claro, es la rebeldía y la desesperación. Puedo sentir que si me paro el mundo seguirá su marcha sin mí; me quedaré obsoleta, alejada de la actualidad; perderé el tren. Me veo a mi misma en la estación, diciendo adiós a un vagón donde van los demás, sonrientes y felices, mientras yo me quedo atrás, sola. Podría dar la vuelta a esta imagen.  Y ver que cuando todos se van, nace la oportunidad de estar conmigo. Descubrir quién soy. Quién soy de verdad, más allá del traje de correcaminos que siempre he v

Pedirle peras al olmo...

...y enfadarnos porque no nos las da, es como vivir la vida con un expectativa concreta y sentirnos frustrados cuando ésta no se cumple. Si nos acercamos sencillamente al olmo, podremos apreciar su sombra, sentarnos bajo sus ramas, escuchar el viento , o ver como se filtra la luz del sol entre sus hojas.