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Mostrando entradas de 2015

Morir en vida

“No basta con que un niño venga al mundo, hay que hacerlo nacer” Winnicot Existe todo un proceso para llegar a hacernos y ser personas. Es un proceso que el alma o la psique entre en el cuerpo,  un proceso que puede no llegar a darse. Es posible no nacer psíquicamente; Nuestra primera noción de nosotros mismos, del “yo”, nos viene dada por las sensaciones corporales: el bebé no tiene percepción de sí mismo; al contrario,  siente que es uno con la madre, no percibe sus límites corporales. Cuando se araña en la cunita, llora y se agita como si fuera otro quien le hubiera dañado. No tiene conciencia de que es su propio brazo, su manita. Nuestro primer yo es conciencia: “hay algo fuera que no soy yo”. Para que esta conciencia se desarrolle son necesarios unos cuidados suficientemente buenos: el bebé necesita ser acunado, necesita quietud, necesita continuidad. De otro modo, su angustia se dispara ya que no sabe qué va a pasar. Nacemos con las neuronas híper excitadas: la primera

El sentido de las palabras:“te quiero “ y “perdón”

Rememorando su infancia, una mujer me relata cómo a los 4 años vivió  - “una noche que jamás olvidaré” – el momento en que su madre la abandonó. Recuerda todavía su propia angustia, cómo le pedía a su padre que dejara de golpear a la madre y cómo sus demandas no sirvieron de nada. El padre la llevó a vivir con los abuelos paternos, así que en una misma noche ella perdió su madre, su casa y, por extensión, lo que hasta entonces conocía como familia. A ese dolor, tremendo para una niña, se le añadió el dolor del abandono del padre.  Ella recuerda todavía cómo el padre, cuando venía a visitarla, le decía “te quiero”. Y como ella, agarrada a su mano, le imploraba y le suplicaba que no se fuera. En vano. Como adulta, a día de hoy, todavía recuerda el dolor de la espera, la contradicción entre la palabra amorosa y la conducta del padre, su ausencia prolongada. Solemos utilizar las palabras muchas veces sin ser conscientes de lo que para el otro significan, o del contenido im

Sobre el amor y las relaciones de pareja.

Releyendo a Clarissa Pinkola, “ Mujeres que corren con lobos ”, encuentro este bello relato sobre la Mujer Esqueleto. La historia de un pescador que, creyendo haber pescado un gran pez, descubre,  horrorizado, que en su anzuelo se halla enredado el esqueleto de una mujer. En el cuento aparecen varios elementos simbólicos acerca de la naturaleza del amor, entre ellos, la Mujer Esqueleto significa que en toda relación acontecen momentos de transformación y de cambio.  La autora nos propone un paralelismo: “ una parte de todas las mujeres y de todos los hombres se niegan a saber que en todas las relaciones amorosas la Muerte también tiene que intervenir ”. En efecto, pretendemos que en nuestras relaciones prevalezca siempre la primera fase, el enamoramient o. El momento en el cual todo parece posible, el momento de la ilusión  y también, por supuesto, de la fantasía . Huimos del conflicto, de lo que no es emocionante, de lo que nos asusta. Muchas relaciones terminan así, creyend

Acerca de la carencia y el amor: una pequeña historia.

Silvia estaba recién separada cuando la conocí. Tenía entonces 37 años y dos hijos pequeños que reclamaban toda su atención. El padre de los niños era un padre intermitente, con muchas y cada vez más espaciadas ausencias..  La infancia de Silvia estuvo marcada, a su vez, por la ausencia del padre y al mismo tiempo, la ausencia afectiva de la madre. Había mucha soledad en su vida, mucha falta de amor y cuidado.  Una carencia tan grande que nada  parecía nunca suficiente; nada podía llenar ese agujero infantil. Silvia se esforzaba mucho en ser querida, en obtener amor. Se esmeraba en hacer las cosas perfectas, en darse a sus amigos;  se esforzaba tanto que perdía de vista al otro. Y entraba en el resentimiento por la falta de gratitud o de reconocimiento que esperaba. Para Silvia, era difícil  amar lo que tenía. Su atención estaba puesta en lo que le faltaba. Y en el esfuerzo constante por obtenerlo. Cuando Silvia llegó a terapia le propuse trabajar con su niña interior, que

¿Qué significa ser mujer?

Ser mujer: habitar mi cuerpo . Muchas veces hablamos y debatimos acerca de lo femenino; y obviamos lo más básico: ¿qué nos identifica como mujeres? Para mí, la respuesta es muy obvia: ser mujer es tener y habitar un cuerpo de mujer. Un cuerpo que tiene pechos, caderas, un vientre con capacidad para crear, albergar y alumbrar la vida. Una sexualidad peculiar y diferente de la masculina. Nuestro cuerpo está ligado a los ciclos: tiene mareas y es sabio. Nos indica lo que necesitamos en cada momento. Ignorar los mensajes de nuestro cuerpo femenino nos enferma y nos destruye. Vivir de espaldas a nuestro cuerpo significa, por ejemplo, querer que nuestra imagen física se parezca a la imagen ideal de la belleza femenina que difunden los medios. Vivir de espaldas a él es ignorar que menstruamos y que la menstruación nos indica cuáles son nuestras necesidades en cada momento del ciclo y qué cualidad de  energía tenemos a nuestra disposición. Enfadarnos con nuestra menstruac

De qué hablamos cuando hablamos del cuerpo.

Esta idea me ronda por la cabeza después del trabajo de este fin de semana. Me doy cuenta de que para muchos, el cuerpo significa el soporte mecánico en el que, de algún modo, nos alojamos. Un envase a nuestro servicio. Un contenedor al que, de vez en cuando, hay que atender porque puede fastidiarnos enfermando, con mayor o menor gravedad, y eso supone un contratiempo. La enfermedad nos detiene, nos impide continuar con nuestra vida, en casos graves significa un dolor importante y, en todos los casos, la vivimos como un estorbo. El cuerpo habitado Y, sin embargo, nuestro cuerpo es el campo en el que se desarrolla la vida. Me explico. Es en el cuerpo donde se manifiestan las emociones: miedo, tristeza, rabia, alegría…por citar las cuatro básicas. Y allí se alojan y viven. Aunque nosotros ya no las sepamos reconocer, y, por lo tanto, mucho menos gestionar. La especie humana nos ha dotado con las emociones para sobrevivir: cada una de ellas predispone al cuerpo para un tipo d

Identidad y desapego

A menudo, cuando nos presentamos ante los demás, hemos de responder a esta pregunta implícita: ¿quién soy?. Llevo unos días poniendo especial atención a las respuestas que damos, ya que me parece curioso todo aquello con lo que nos identificamos. Yo soy el nombre que me han puesto. Yo soy el trabajo que realizo Yo soy mis relaciones Yo soy mi historia familiar Y, en el caso de gente que se ha formado o tiene nociones del eneagrama,   yo soy este determinado eneatipo. Como últimamente  estoy más instalada en el desapego,  empiezo a darme cuenta de que en estas respuestas existe una confusión básica, que  es identificar nuestra persona, nuestro “yo” con nuestra actividad. Me explico: yo no soy Nuria. Ese es el nombre que llevo puesto y que me distingue, en determinados contextos, de otras mujeres. Es el nombre al que he aprendido a responder y el que figura en mis documentos. Pero no SOY un nombre. Trabajo como profesora, pero no SOY profesora. Me gano la v

La trampa del pensamiento positivo.

Ya hace unos cuantos – bastantes- años que estamos inmersos en mensajes del estilo: Puedes tener cualquier cosa que quieras si estás dispuesto a renunciar a la creencia de que no lo puedes tener ; La gente a la que le va bien en la vida es la gente que va en busca de las circunstancias que quieren y si no las encuentran, se las hacen, se las fabrican; y todo tipo de pensamientos “positivos” que nos han conducido, erróneamente, a la fantsía de la omnipotencia. ¿Qué pasará entonces cuando la vida  nos sorprenda con acontecimientos inesperados? ¿Es que nos hemos de sentir culpables de haber fallado? ¿De no haber sido capaces de fabricarnos las circunstancias adecuadas? La trampa en la que hemos caído es pensar que todo cuanto ocurre está bajo nuestro control. Que podemos obtener cuánto deseamos – distinto de lo que necesitamos-  Para mí, ese es el pensamiento fantástico: creer que podemos controlar la vida, con  todas sus vicisitudes. Y para ello negamos todo cuanto juzgamos un