Silvia estaba recién separada cuando la
conocí. Tenía entonces 37 años y dos hijos pequeños que reclamaban toda su
atención. El padre de los niños era un padre intermitente, con muchas y cada
vez más espaciadas ausencias..
PD: La persona cuyo relato expongo me ha autorizado a hacerlo, a través de un nombre falso.
La infancia de Silvia estuvo marcada, a su
vez, por la ausencia del padre y al mismo tiempo, la ausencia afectiva de la madre. Había mucha
soledad en su vida, mucha falta de amor y cuidado. Una carencia tan
grande que nada parecía nunca suficiente; nada podía llenar ese agujero
infantil. Silvia se esforzaba mucho en ser querida, en obtener amor. Se
esmeraba en hacer las cosas perfectas, en darse a sus amigos; se
esforzaba tanto que perdía de vista al otro. Y entraba en el resentimiento por
la falta de gratitud o de reconocimiento que esperaba. Para Silvia, era difícil amar
lo que tenía. Su atención estaba puesta en lo que le faltaba. Y en el esfuerzo
constante por obtenerlo.
Cuando Silvia llegó a terapia le propuse
trabajar con su niña interior, que estaba muy herida. Le comenté que era la
niña quien nunca recibía bastante, y era la percepción de la niña la que valoraba si una mirada era amorosa o de reprobación.
El trabajo con ella, que detestaba el
concepto de "niña interior", fue que aprendiera a entrar en
contacto consigo misma; que se atreviera a mirar a su niña herida, y,
desde la adulta que hoy es, empezara a atenderla y a darle lo que ningún adulto
pudo o supo.
Finalmente, Silvia fue capaz de
verse, y atenderse. Es decir, pudo reconocer su necesidad de amor y cuidados, y se
permitió expresarla. Empezó a pedir lo que necesitaba, en lugar de
esforzarse mucho, esperando que los demás se dieran cuenta. Eso, para ella,
significó un momento de detenerse antes de actuar. Valorar si lo que estaba
dando era genuino; no un dar compulsivamente para recibir.
Entre sus aportaciones, Silvia me cuenta
que no siempre obtiene lo que necesita. No siempre las personas están
disponibles. La diferencia es que ahora es capaz de entender que no pueden
quizás atender toda su demanda, o no pueden en el momento en que lo pide. Ha
aprendido a gestionar esa frustración, puesto que ya no vive el no como un
rechazo a toda su persona. Desde ese lugar de cuidado a ella misma, la carencia
se ha ido transformando.
Al reconocer y atender su necesidad; al ponerle
palabras y gestionarla para satisfacerla, ha podido ver la necesidad del otro.
De manera que ahora, al no esforzarse tanto, no se siente resentida. Puede
estar con sus hijos de otra forma más amorosa y relajada, lo cual la llena de
satisfacción. Ha aprendido también a vivir con ella misma; ya no necesita huir
compulsivamente; puede acoger las emociones que van apareciendo.
No se siente castigada por la soledad, de manera que puede convertirla en un
espacio íntimo y de contacto, necesario para sanar. La carencia sigue ahí, la
diferencia es que ahora Silvia puede estar en contacto con ella y ocuparse. Se
siente más amorosa consigo mismo y, de paso, mucho más amorosa con los demás.
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