“No basta con que un niño venga al
mundo, hay que hacerlo nacer” Winnicot
Existe todo un proceso para
llegar a hacernos y ser personas. Es un proceso que el alma o la psique entre
en el cuerpo, un proceso que puede no
llegar a darse. Es posible no nacer psíquicamente;
Nuestra primera noción de
nosotros mismos, del “yo”, nos viene dada por las sensaciones corporales: el
bebé no tiene percepción de sí mismo; al contrario, siente que es uno con la madre, no percibe sus
límites corporales. Cuando se araña en la cunita, llora y se agita como si
fuera otro quien le hubiera dañado. No tiene conciencia de que es su propio
brazo, su manita. Nuestro primer yo es conciencia: “hay algo fuera que no soy
yo”. Para que esta conciencia se desarrolle son necesarios unos cuidados
suficientemente buenos: el bebé necesita ser acunado, necesita quietud,
necesita continuidad. De otro modo, su angustia se dispara ya que no sabe qué
va a pasar.
Nacemos con las neuronas híper
excitadas: la primera tarea que hemos de aprender en esta vida es relajarnos. Y
eso nos lo da mamá con su modo de mirarnos, de tocarnos, de acogernos. Es la
función de amparo. El niño se aloja primero en el cuerpo de su madre, después
en sus brazos y por último, en su mirada.
Cuando un bebé se ha sentido amparado,
puede empezar a desarrollar los procesos psíquicos. Con 6 meses, puede empezar
a percibir que hay algo fuera de sí mismo y algo dentro de sí. Y si el ambiente
y la experiencia han sido suficientemente buenos, empieza a percibir que “yo soy todo”.
Y si alguien me ve, es que yo existo. La mirada del otro lo
corrobora. Esto es el estado de
integración: el bebé se percibe, en este momento, dentro de su cuerpo.
Cuando no ha habido suficiente
función de amparo, no hay integración. La ansiedad se dispara. La angustia
es inconcebible; el bebé siente que no tiene conexión con su cuerpo, que está aislado
y se fragmenta. Percibe que no puede ser sostenido (por ejemplo, si la madre
está deprimida o es muy narcisista) y aprende a congelar lo que
siente para no entrar en contacto con el sentimiento de vacío interno.
Muchos y diferentes motivos en la
vida del niño pueden ocasionar que no nazca la sensación de sentirse vivo; es
decir, que no se llegue a desarrollar la conciencia del sí mismo. Winnicot nos habla de la posibilidad
de una muerte psíquica.
Por eso muchas veces no tenemos recuerdos de la infancia: porque el “yo” no estaba presente.
La creación de un falso “yo”
Si nuestro “yo” en algún momento vivió esa angustia insostenible,
tiende a desarrollar una existencia
falsa; por ejemplo, sobre desarrollando la mente para comprender qué está
pasando, al mismo tiempo que nos desconectamos del cuerpo, del sentimiento, de
la capacidad para entrar en la emoción. Un yo
que sólo vive en defensa; creando una coraza de rigidez externa que no
deja lugar al intercambio con el otro; no hay confianza, no hay entrega, no hay
intimidad.
Tenemos así gente que no escucha,
que está pero que no está presente. Gente
con dificultad para ver más allá de lo establecido, gente rígida, a quienes todo
molesta y todo les queda grande: las travesuras de su hijo, una nueva mascota
en casa, un cambio en el trabajo o en la rutina, porque todo parece demasiado
difícil.
Cuando vivir es un problema,
cuando no hay una conexión vital con la vida, cuando podemos tenerlo todo, pero
nada nos basta; cuando la sensación es de futilidad, cuando nada dentro puede
hacernos sentir vivos, cuando vivimos para los demás en lugar de para nosotros,
hemos perdido la noción del “sí mismo”. Estamos
desconectados. Hemos dejado el alma atrás, hemos perdido la inocencia, hemos perdido la capacidad del
goce, la curiosidad, el juego, la vida.
Y ¿donde está nuestra verdadera
identidad? Esta es una búsqueda por la que pasamos en diferentes etapas de la
vida, por ejemplo, en la adolescencia. Nuestra verdadera identidad busca
caminos para salir a flote: utiliza los cambios, como un divorcio, un cambio de
país, los sueños…
Iniciar un proceso terapéutico
también es emprender un viaje de regreso, es darle al adulto las herramientas
para que complete lo que el niño no pudo: rescatar nuestra identidad, nuestro
yo más auténtico.
Foto: Emma Powell
Foto: Emma Powell
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