Cuando era adolescente, me gustaba mucho un poema de Salinas que dice lo siguiente:
las señas, los retratos;
yo no te quiero así,
disfrazada de otra,
hija siempre de algo.
Te quiero pura, libre,
irreductible: tú.
Quítate ya los trajes,
las señas, los retratos;
yo no te quiero así,
disfrazada de otra,
hija siempre de algo.
Te quiero pura, libre,
irreductible: tú.
Entonces, yo no podía comprender
el profundo significado de esas palabras. Captaba algo así como su melodía de
fondo, un eco.
Ahora, con medio de siglo de vida
a mis espaldas, han cobrado un significado diferente. Quitarse los trajes, las
máscaras que nos hemos ido poniendo para enfrentar la vida, con más o menos
arte, y quedar así, desnudos, frente a otro. Ese es el valor de la
transformación, y, a veces, viene acompañada de otro amigo, la plenitud.
Ser, sencillamente, sin tener que
preocuparse por cómo ser.
El agua no se preocupa del camino que recorre, fluye libremente. Como el río, a veces el camino de la vida es más angosto, más abrupto, más difícil. Otras, en cambio, recorre lugares tranquilos y hermosos. El agua siempre es la misma.
El agua no se preocupa del camino que recorre, fluye libremente. Como el río, a veces el camino de la vida es más angosto, más abrupto, más difícil. Otras, en cambio, recorre lugares tranquilos y hermosos. El agua siempre es la misma.
Ser simplemente así: a veces
torrente, a veces cascada, a veces arroyo. Y cuando la recojas entre el cuenco de tus manos, la verás libre,
pura, irreductible.
Poema: La voz a ti debida, P.
Salinas
Fotografía de Alicia Savage
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