Algunas claves para tratar a tu hijo adolescente: comunicarse, o el arte de escuchar y ser escuchado.
Muchos padres se muestran desorientados, sorprendidos, sobrepasados ante la
adolescencia de sus hijos. Parece que, de pronto, ya no reconocemos a nuestros
hij@s.
Se encierran en su habitación, los amigos se convierten en el centro de su
universo, a veces son rebeldes, gritan y explotan, otras veces se tornan huidizos y silenciosos, se demoran más de lo
que quisiéramos en llegar a casa y se pasan el día enganchados a las redes. Esta es, en general, la visión que tenemos de la adolescencia.
Sin embargo, es una de las etapas de la vida en la que experimentamos más cambios: un adolescente no sabe quién es.
La única certeza que tiene es que està dejando atrás al niño que fue y todavía no
puede dar la bienvenida al adulto que será, pues este se está gestando en su interior. En esta búsqueda de identidad, mira a sus iguales, que serán, en este momento, sus referentes. Y, paralelamente, va
desmitificando a sus padres, que dejan de ser aquellos maravillosos
personajes que en algún momento creyó omnipotentes y únicos, para convertirse, sencillamente, en
dos seres humanos, limitados, falibles, que no le sacarán de todo y de los que, a
veces, se avergüenza. Así, el adolescente entra en una etapa donde experimenta frecuentes y extremos cambios de humor, a veces es pura impulsividad
y suele actuar de forma
irreflexiva.
Como padres, nos cuesta comprenderles y, sobre todo, amarles aceptando lo que son y cómo son. Pasamos por diferentes emociones: tristeza por la pérdida del
vínculo que nos unía a nuestros hij@s; desconfianza
y miedo, ante una etapa que no entendemos y un hijo que se comporta de
forma desconocida para nosotros. También sentimos frustración ya que no podemos protegerles de todo cuánto nos asusta,
y más todavía, porque ya no somos tan necesarios ni especiales para nuestros
hij@s como cuando eran niños.
Entonces, desde nuestro desconcierto, tendemos a enjuiciar “eres un desastre”, descalificar,
“no te esfuerzas”; acusar “eres un vago”, lamentarnos “es que no te importa cómo
nos sentimos”, o chantajear “por tu
culpa me he pasado la noche en blanco“. Empieza el momento de la in-comunicación: normalmente,
nada de cuanto decimos hace mella en nuestro hij@, cuando no desaparece dando
un portazo, y nos quedamos sintiéndonos igual o más impotentes, molestos, frustrados, tristes…que
antes de la conversación.
La buena noticia es que por ahí podemos empezar a reconducir la situación:
reconociendo previamente cómo nos estamos sintiendo ante determinadas conductas
de nuestro adolescente. Y es que las emociones son de cada uno, no las provocan
los demás.
Cuando hablamos a nuestro hij@ desde
nuestra emoción, podemos estar seguros
de que éste no escucha el contenido de lo que estamos diciendo: reacciona al
tono emocional que expresamos. Y si se siente poco valorado, nada visto, culpable
de nuestro dolor, o herido, reaccionará a ello.
Eso no quiere decir que tengamos que validar cualquier conducta; al
contrario, los límites son necesarios y es necesario también que eduquemos a
nuestros hijos en la responsabilidad y en las consecuencias de sus acciones. Y
para ello, dos cosas son fundamentales:
una, que exista una buena comunicación. Y la segunda, que nos hagamos
responsables de nuestras emociones y podamos gestionarlas.
Así que, como padres, es necesario que nos hagamos responsables de lo que sentimos, en cada momento, ante la conducta
de nuestros hijos: nosotros, los padres, somos el soporte y la contención. Y sólo podemos realizar esta función si estamos serenos, si no
vivimos los conflictos como ataques personales; si podemos separar y reconocer
cómo nos estamos sintiendo, y logramos hacernos cargo de ello. Cuando nos sentimos
frustrados o angustiados, la emoción tiñe la comunicación y es fácil ser
críticos o desaprobar, reprochar o juzgar. Una comunicación así logrará que
nuestro hij@ se ponga a la defensiva.
No basta con quererles en abstracto: es necesario que les demostremos
afecto respetando lo que son, siendo
capaces de ver también su esfuerzo, aunque nos parezca que es poco, o que es lo
que le toca hacer. Es necesario ver las pequeñas cosas, no dar nada por
sentado, pues eso responde a nuestra expectativa y no a la realidad de nuestro
hij@
Quizás ahí está la mayor dificultad: nuestras expectativas sobre ellos. Entonces, es cuando entran en juego
nuestras propias emociones. Frustración porque “no es la niña que yo imaginaba;
o bien “ no quiere estudiar lo que nos gustaría que estudiara”; porque “vaya pinta llevas”, porque “pasas más
tiempo con los amigos que con nosotros”, porque “tu habitación es un desastre…”
y una larga lista más.
Si aprendemos a comunicarnos con ell@s de forma directa y no manipuladora, negociando
para resolver los conflictos, dejándoles intervenir en su resolución para
llegar a un consenso, estamos, en definitiva, escuchándoles y viéndoles. Valorando su opinión. Y mostrándoles
nuestra confianza.
Más claro, el agua!
ResponderEliminar