Ir al contenido principal

Y tú, ¿qué te dices a ti mismo?



Las cosas que nos pasan en el presente son un eco de aquello que vivimos en el pasado, ya que nos comportamos en el presente según las experiencias vividas, que dejan en nosotros una profunda huella de la que no tenemos consciencia.
Una de las técnicas que se utilizan para adiestrar y domesticar a los elefantes es la siguiente. Cuando el elefante es pequeño, el cuidador lo ata con cadenas de hierro a gruesos árboles. El animal, lleno de curiosidad y vida, tira de la cadena con todas sus fuerzas para liberarse. Como es pequeño, no tiene la fuerza suficiente para arrancar el árbol. Así que sus esfuerzos son en vano. La pequeña cría, por más que lo intenta, no consigue soltarse. Paulatinamente, va perdiendo su ambición, su deseo. Hasta que, finalmente, se da cuenta de que no puede.
Cuando el elefante es adulto, su cuidador sustituye la pesada cadena por una cuerda. Ya no necesita amarrarlo a un árbol grueso o pesado. Puede dejarlo atado a un junco, si es preciso. El elefante ya no tira de la cuerda. Ha aprendido que no tiene fuerza ni capacidad para soltarse. Así que se queda quieto. 
Eso mismo nos sucede a nosotros. Según haya sido nuestra vivencia, hemos ido aceptando que no somos válidos, que somos incapaces, que no tenemos derecho a sentir lo que sentimos, y muchas otras creencias limitadoras.
Como el elefante, lo fuimos aprendiendo cuando éramos niños: lo escuchamos a nuestros cuidadores, lo vimos en sus actitudes, en nuestro entorno. De niños, no teníamos capacidad para discernir. Como el elefante, no sabíamos entonces que nuestra fuerza se estaba gestando. Y así, nos convertimos en adultos, ignorando cuál es nuestra verdadera esencia.
En un proceso terapéutico, la persona va recuperando el contacto con su fuerza genuina; para ello, ha de vencer sus miedos, superar la tentación de quedarse inmóvil, que es lo que ha aprendido, lo que ha hecho siempre para sobrevivir. Ha de tomar el riesgo de volver a tirar una y otra vez para comprobar que, esta vez sí, puede romper sus ataduras.




Comentarios

Entradas populares de este blog

Los adolescentes y sus emociones: material explosivo.

 Son las 8 de la mañana del mes de junio. Por el pasillo del instituto es difícil avanzar: Siempre, por estas épocas, significa un reto entrar en el aula; otro reto más conseguir un poco de silencio para que te escuchen. Todavía me sorprende tanta vitalidad, tanta fuerza. Las chicas se   abrazan y se besan como si hiciera tiempo que no se han visto, otras ya están contándose cientos de cosas, excitadas, riendo, dando gritos. Los chicos van   corriendo entre las mesas, o se agrupan en bandas algo más silenciosas, alrededor de los móviles. Algunos, los de 14 o 15, ya están con las chicas... puedo ver cuál de ellas lidera el grupo, cómo lo hace. Les indico que hemos de entrar en el aula: algunos se muestran irritados en extremo; otros, se muestran totalmente apáticos. La chica que lideraba el grupito se gira hacia mi y me dice, con un tono de voz alto y un pelín insolente: “ ¿es que no ves que estamos hablando de nuestras cosas?”. Hace 25 años, esta respuesta me hubiera molestado s

Tiempo y silencio

Se acerca la Navidad. Lo sé porque mi hija me pregunta qué me gustaría que me regalaran. Y me sorprendo cuando veo que no deseo nada en especial. O, mejor dicho, no necesito "cosas". Lo que valoro y necesito es tiempo. Horas vacías en las que perderme: mirar el techo, quizás salir a dar un paseo, tumbarme a leer una novela, rebuscar entre mis libros de poesía aquellas que más me han acompañado. Y silencio, por favor. El silencio es hermoso, si. Es en el silencio donde podemos tomar conciencia de lo que nos sucede. Silencio y tiempo nos permiten entrar en contacto con nosotros mismos; son la puerta de acceso a nuestra persona, esa que habita bajo la máscara, bajo el disfraz. Para algunos, incluso, entrar en contacto significa percibir que hay una persona atrapada bajo un traje. Y que a veces, ese traje es estrecho; nos hace la vida incómoda, nos atrapa. Necesitamos tiempo y silencio para recordar quienes somos: para observar cómo es la vida que llevamos y si se parece

Una mirada diferente sobre el TDA (H)

El llamado Trastorno por Déficit de Atención , con hiperactividad (o no), es un problema que alcanza a nuestr@s niñ@s y adolescentes cada vez con más frecuencia. En las aulas, por ejemplo, es fácil encontrarse con niños y adolescentes diagnosticados de hiperactividad y déficit de atención. El niño así diagnosticado presenta un cuadro de falta de atención, impulsividad e hiperactividad, entendida esta como dificultad para estar quieto, con movimientos ansiosos, sin sentido, constantes, habla en exceso, hace ruidos, no acaba las tareas . Sin embargo, para que todo este cuadro sea considerado un trastorno, es necesario que esta conducta se dé no sólo en el ámbito escolar, sino en otros 6 o 7 ámbitos más, como la familia del niño, por ejemplo. El cerebro de un niño está en desarrollo. En su formación hay un 90% de carga experiencial: es decir, de todo lo vivido. Cuando un niño presenta esta conducta hemos de mirar al niño:  su entorno, su familia, sus circunstancias. Y es que ha