Muchos de nosotros llegamos a la
maternidad/paternidad llenos de buenas intenciones. Casi siempre, queremos ser
o dar a nuestros hijos aquello que nos faltó, aquello que deseamos o bien,
aquello que nos sirvió de nuestros propios padres.
Tenemos muy claro que amamos a nuestros
hijos, y, sin embargo, he escuchado en boca de los padres que acuden a mis
sesiones cómo se sienten absolutamente inválidos como padres cuando sus hijos
tienen un fracaso. O bien cómo se angustian ante la posibilidad de que eso
ocurra. Creen que abandonan a sus hijos si no están constantemente supervisando
las obligaciones que éstos tienen. De manera que, casi automáticamente, van
convirtiendo su preocupación en un control – a veces asfixiante- sobre sus
hijos.
Especialmente en el terreno de lo
académico, he escuchado a muchos padres y madres afirmando que"tenemos un examen" o "tenemos que entregar un
trabajo"o "tenemos que planificar los horarios del curso" o sencillamente
decidiendo que extraescolares va a realizar la criatura en función de los
deseos o necesidades del progenitor.
Esta actitud no beneficia en
absoluto a nuestros adolescentes. En primer lugar, el mensaje implícito que
reciben es el de "sin mí no eres capaz" mensaje que va minando la confianza que el
adolescente necesita tener en sus propias capacidades.
Y, en segundo lugar, generando un bucle en el adolescente "cuánto menos capaz soy de valerme por mí, más te necesito. Y más
enfadado me siento contigo " creencia que suele derivar en conductas como
respuestas airadas, mentiras para eludir el control, o expresiones más o menos
sutiles de malestar y fastidio.
Siempre está bien que los padres
acompañen y se interesen por las tareas de sus hijos, pero respetando la delicada frontera que se
interpone entre el interés y el control; entre apoyar a nuestro hijo o
atosigarlo constantemente, camuflando nuestra propia exigencia – y por qué no,
nuestros propios miedos - con mensajes ambivalentes: es por tu bien, yo te ayudo, tal como lo estás haciendo no está bien,
así no llegarás a nada…
Suelo aconsejar a los padres,
sobre todo a los padres de adolescentes, que vayan permitiendo que sean los
propios chavales los que se autorregulen. Invariablemente, los padres se
alarman, y alegan que sus hijos fracasarán – especialmente en el terreno de lo
académico-
Lo cierto es que la mejor- casi
diría que la única- forma en la que aprendemos es a partir de lo que
experimentamos. Es decir, aprendemos de las consecuencias de nuestras acciones.
Por más que nos digan y repitan- a veces de forma insistente- las mismas
consignas, somos fruto de la experiencia.
Nunca olvidamos una caída, un golpe, una decepción, una desilusión.
Querer evitar que nuestros hijos
pasen por ello no es hacerles un bien. Llevados por nuestro amor, intentamos
evitarles el dolor. Porque nosotros mismos hemos vivido caídas, golpes,
desilusiones.
Equivocarnos nos permite
aprender. Aprendimos a caminar y a levantarnos porque nos caímos repetidas
veces. Eso sí: allí estaban papá o mamá:
animando nuestros intentos, sosteniendo nuestro miedo, consolándonos, si era
necesario, por el daño recibido.
Pensar que nuestros hijos
fracasan cuando se equivocan es convertir su proceso de crecimiento en un objetivo que habla de nuestro éxito y capacidad como padres. Expresa nuestra propia exigencia con nosotros mismos.
Si somos
capaces de ver – y respetar- cómo nuestro hijo va aprendiendo, favorecemos su
capacidad de autorregularse, le enseñamos, no sólo a aceptar los límites, (los propios y los externos) sino
también a valorar sus habilidades y posibilidades.
Poniendo el amor allí donde lo
necesita: acompañando sus frustraciones y celebrando sus logros. Amando al ser que verdaderamente es.
Comentarios
Publicar un comentario