Cuando una semilla, decía uno de mis profesores, cae en tierra fértil, crece y se desarrolla como aquello que está preparado para ser; sea árbol, flor, o arbusto. Imaginaros una semilla de roble que cayera en terreno baldio. Sin sustrato con qué alimentarse. Quizás con pocas o excesivas horas de sol. O que, para obtener agua, tuviera que alargar enormemente sus raíces por el suelo. ¿Cómo sería el árbol resultante? Sin duda, su forma posterior estaría adecuada a las condiciones en las que tuvo que crecer. Así ocurre con nosotros. Caemos en un terreno familiar que se nutre de determinadas creencias. Las cuales, por supuesto, estarán, a su vez, insertas en un campo de creencias sociales, culturales y, para una mujer, patriarcales. El ser que somos irá aprendiendo a potenciar todo aquello por lo que recibe mayor aprobación, al mismo tiempo que reprimiendo o negando todo aquello que no es bien recibido en su entorno. Cuando mi hija era pequeña, solíamos pasar las tardes de invi...