Hace unos días tuve una visita curiosa: una mujer, de unos 58 años, acudió a la consulta con una demanda en particular. Quería aprender a controlar sus emociones ya que, según me dijo, su incapacidad de hacerlo era la causa que ella identificaba como responsable de todos sus problemas. Semanas más tarde, en un grupo de padres, de nuevo escuché hablar de la necesidad de controlar las emociones. La palabra control significa, entre otras cosas, dominio, preponderancia, inspección, intervención. En este caso, cuando nos referimos a controlar las emociones, estamos expresando la necesidad de que una parte de nosotros ejerza o tome el mando sobre otra parte. Y esa parte que debe ejercer tal poder la situamos en la capacidad de la mente de racionalizar cuánto nos ocurre. De manera que utilizamos la razón y la lógica para sofocar aquello que, según parece, nos desestabiliza o nos molesta o, cuando menos, nos intranquiliza. En el mismo grupo, a continuación no supieron reconocer...